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Noxa anárquica

Foto: Orlando Baquero
La humanidad ha tenido una larga e infortunada relación con el cáncer. En momias egipcias, encontradas cerca de Gizeh, se demostró, por el método de la datación, que hace 5000 años, estas momias registraron tumores óseos. A Hipócrates se le considera el autor de las nociones cáncer y sarcoma, al observar la semejanza de algunos tumores con la carne de pescado. El médico de Cos propuso denominarlos tumores carnosos o sarcomas y a los tumores, que por su distribución recordaban el despliegue de las patas de la langosta, propuso llamarles tumores cancerosos. 

Antes, durante y después del medioevo, para Galeno, Celso, Falopio, Paré, Morgagni, y muchos otros, el cáncer fue preocupación y motivo de estudio, como lo demuestran las primeras descripciones de las enfermedades tumorales y los intentos de explicar su causa y aplicar el tratamiento: “Úlceras y pupas con carne mala, salvaje, que anda por el cuerpo, pasan de un lado para otro y muy malignas son”. A partir del s.XVIII se encuentran intentos de explicar la causa del desarrollo del cáncer: 

En el año 1739, se encuentra un documento médico anónimo o en un libro ruso titulado Manual de la ciencia médica que testimonia un concepto del cáncer bien comprendido para entonces: “La curación del cáncer tiene más certeza con la prematura escisión del tumor, pero cuando él está enraizado o cuando aparece por causas internas, cuando los jugos se han estropeado, el paciente es débil y no es prudente extirparlo hasta su base. De hacerlo pocas veces se tiene el efecto deseado y el paciente indefectiblemente morirá”.

W.H. Washe, en 1881, describió las primeras células malignas en el esputo de un enfermo de cáncer de pulmón. Jan Mikulicz-Radecki, en 1881, introdujo un tubo por la cavidad oral hasta llegar al esófago, en un intento por detectar el cáncer de esófago de un paciente. Inventaba el primer instrumento útil para el diagnóstico del cáncer: el gastroscopio. Durante los ss. XIX-XX sobrevendrían una serie de descubrimientos que permitieron a la ciencia médica luchar contra la enfermedad en forma menos desigual.

Theodor Schwann (1839-1923) y el invento del micrótomo permitió el estudio microscópico de los tumores. Mikthail Ruvned (1837-1878) desarrolló el concepto de malignización de los tejidos y valoró el papel de la herencia en la predisposición a desarrollar el cáncer determinando que las inflamaciones prolongadas crean un fondo favorable para el desarrollo de la enfermedad. Ruvned también describió los signos de los tumores malignos en anaplasia y crecimiento infiltrativo y señaló que el cáncer es básicamente un tumor de tejido epitelial, desarrollando una controversia con las tesis de Rudolph Virchow, quien sostenía que el cáncer se originaba de un tejido conjuntivo. 

Sería Podvisotski (1857-1913), el gran médico patólogo ucraniano, quien establecería el carácter polietiológico de la enfermedad: “no puede existir una causa única –como sostenían en tesis contrarías Ruvned y Virchow- de los distintos tumores, ya que el crecimiento excesivo de los tejidos puede ser provocado por diferentes agresores y distintos procesos de caos celular”. 

A grosso modo la enfermedad tumoral aparece como resultado de la respuesta del organismo a las influencias nocivas internas y externas. Será tumor benigno o maligno, de acuerdo a las particularidades de reacción individual del individuo y las características biológicas de las neoplasias (neoformación celular).  Uno de los más sencillos, pero más efectivos aportes en el diagnóstico oncológico, lo efectuó el médico investigador griego George Papanicolaou, en 1941, a través de un método citológico para detectar el cáncer cervical, uno de los de mayor agresividad y mortalidad. 

El primer instituto para estudios sobre el cáncer se funda en Búfalo, USA, en el año 1889. La máxima quirúrgica era en ese entonces “tumor pequeño, operación grande (radical); tumor grande, operación pequeña (paliativa). A este procedimiento se oponían otros cirujanos oncólogos con otro apotegma: “pequeño tumor, operación grande; tumor grande, operación más grande todavía”. La cirugía sería la especialidad médica, junto a la oncología propiamente dicha, que más contribuiría –y aún contribuye- en el combate contra la enfermedad. 

La imagenología, con la introducción de la tomografía computada por Geoffrey Honnsfield y Allan Cormack, en 1972; la resonancia magnética, aportada por Paul Lantebour y Peter Mansfield, en 1973; la tomografía con emisión de positrones puesta al servicio de la sanidad por Michael Phelps y Eddie Hoffman, en 1974; la precisión con menor toxicidad de las radiaciones de la protonterapia y la propia masificación de los antígenos para detectar el cáncer, en dispositivo diagnóstico de Hideo Kuriyama en 1980, para pruebas de antígeno prostático (PSA), configuran todo un arsenal de posibilidades como nunca antes había existido en la historia de la medicina para el diagnóstico del cáncer y su consecuencial abordaje terapéutico. 

Cuando se habla de los avances de la medicina se comprueba un hecho innegable que tiene que ver con las expectativas de vida del ser humano. En el s.XIX la expectativa media de vida era cuarenta y cinco años. Esta empieza a crecer hasta llegar a una esperanza superior a los setenta años en la década de los sesenta del s. XX. Las respuestas pudieran comenzar por establecer que las enfermedades infecciosas pueden ser combatidas eficazmente gracias al arsenal de antibióticos; las neoplasias o enfermedades malignas, aunque prosigue el desconocimiento de buena parte de sus causas desencadenantes, parece que las investigaciones siguen un buen camino y no parece descabellado pensar que en un futuro no muy lejano sea posible la prevención y curación de las mismas. Ya lo son en un alto porcentaje, sobre todo si son detectadas a tiempo mediante una eficaz labor de medicina preventiva y diagnóstica.

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