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Noxa crónica autoinmune

Foto: Yuri Valecillo
Junto a las viejas y nuevas infecciones, también han cobrado importancia otras enfermedades no infecciosas. Una de ellas, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) es la quinta causa de mortalidad en el mundo, tras la cardiopatía isquémica, el cáncer, las enfermedades de la violencia y la enfermedad cerebrovascular.

La progresiva dificultad respiratoria con los subsecuentes trastornos de la oxigenación y la afectación de la circulación pulmonar propician la aparición de la muerte. Uno de los factores causales más comunes de esta enfermedad es el tabaquismo, verdadera plaga de s.XX-XXI, que hace víctimas potenciales a más de dos mil millones de personas en todo el mundo adictos al tabaco y que, por añadidura, hacen fumadores pasivos a otro número enorme de personas. 

Otro grupo de enfermedades cuyo descubrimiento data del s. XX es el que incluye a las enfermedades autoinmunes. En una curiosa contradicción del organismo humano, pues éste comienza (en cualquier momento de la vida) a producir moléculas y células que atacan a los propios tejidos y órganos con severas y hasta letales consecuencias para la salud. Hakaru Hashimoto fue un médico japonés que identificó y describió por primera vez un tipo de enfermedad del sistema inmunitario que atacaba la tiroides impidiendo que esta glándula produjera las hormonas que le corresponden para el correcto funcionamiento del cuerpo.

La tiroiditis de Hashimoto fue abordada en su misterio, por los médicos investigadores Iván Roitt y Deborah Doniach, quienes, en 1956, describen los anticuerpos autodestructivos en dicha enfermedad. Al extirpar la tiroides de los pacientes con sintomatología, desaparecían los síntomas. El daño era causado por la propia glándula, en lo que constituye uno de los grandes desafíos de la medicina: el cuerpo humano auto-destruyéndose.

Otra enfermedad autoinmune que viene a explotar el interés de la medicina, por su frecuencia y su potencial devastador de la salud del ser humano es la diabetes insulinodependiente. El propio organismo produce anticuerpos que destruyen las propias células beta de los islotes pancreáticos productoras de insulina. La otra forma de diabetes, la no insulinodependiente no tiene origen autoinmune y es atribuida al metabolismo mórbido de la glucosa por insuficiente producción de la hormona insulina, y algunos autores del s.XX la caracterizan entre las enfermedades del bienestar, que pareciera ser la abundante ingesta de comida y el desconocimiento que dicho exceso conlleva (obesidad) y la vida sedentaria asociada a la aparición de la enfermedad

Vale la pena resaltar la importancia de la diabetes como una suerte de pandemia moderna, tanto por la enorme cantidad de personas que la padecen como por sus funestas consecuencias, de no haber control y tratamiento médico. La diabetes no insulinodependiente afecta unos cincuenta millones de personas en todo el mundo. La diabetes mellitus era ya conocida antes de la era cristiana. Se registra en el Papiro de Ebers descubierto en Egipto y que data del s. XV a.C. Areteo de Capadocia es quien, en el s.II de la era cristiana, la designa como Diabetes que en griego traduce correr a través, que explicaba uno de los signos más reconocidos de la enfermedad: la exagerada eliminación de agua a través de la orina.  En el segundo siglo de la era cristiana, Galeno también se refirió a la diabetes como enfermedad que: “agobia hasta el cansancio al enfermo, le aturde la sed constante y así como bebe expulsa los líquidos en forma de orina, sin quitarle un voraz apetito”.

Galeno se adelantaba así a la observación de la polidipsia, la poliuria y la polifagia, la triada que identifica la diabetes. No fue sino hasta 1679, que Thomas Willis, describiera la sintomatología y la clínica de la diabetes, incluso refiriendo al “sabor dulce de la orina del paciente, sabor capaz de atraer a las hormigas”. De allí que Willis le agrega el sustantivo Mellitus (sabor a miel). A Claude Bernard, en 1848, se le atribuyen los primeros trabajos experimentales relacionados con el metabolismo de los glúcidos, describiendo el glucógeno hepático y la aparición de glucosa en la orina del diabético. 

En 1921, dos médicos investigadores canadienses, Federico Banting y Charles Best, consiguen aislar la hormona insulina y demostrar su efecto hipoglicemiante. La insulina sigue representando un gran avance en el tratamiento para los pacientes diabéticos y el mejoramiento notable de su calidad de vida.

En la actualidad, parte de la investigación con fines terapéuticos en torno a la diabetes oscila entre la producción de nuevos hipoglicemiantes orales y la intervención con células madres en los islotes de Langerhans dormidos, a fin de activar la producción de insulina. Los trasplantes de islotes, y también los trasplantes íntegros de páncreas, se encuentran entre las posibilidades médico-quirúrgicas que prometen avanzar en el s. XXI, como propuesta de resolución de una enfermedad que afecta a un estimado del 18% de la población mundial mayor de 65 años.

Junto a la diabetes mellitus, las enfermedades cardiovasculares representaban en 1950 más del cincuenta por ciento de la morbi-mortalidad en los Estados Unidos de América. Este dato epidemiológico, abrumador y alarmante, forzó la necesidad de considerar en dicho país a estas enfermedades como una auténtica epidemia de la segunda mitad del s. XX. Pero el problema sanitario no sólo se observaba en USA, sino en el mundo occidental. Desde 1967 las enfermedades cardiovasculares representaban el 15% del total de la morbi-mortalidad mundial y que no sólo afectaba a los adultos sino también alcanzaba a la población infantil.

La epidemia, demostrada en cifras y porcentajes no era infecciosa. Era una epidemia metabólica, relacionada con estilos de vida y con componentes o detonantes genéticos e incluso emotivos. Las causas predominantes de estas enfermedades, así como quienes eran afectados y cómo resultaban afectados, se recogieron en el ya clásico trabajo de la epidemiología cardiovascular: el estudio Framingham. Pocas epidemias de ss.XVII-XVIII han sido tan investigadas como la de las enfermedades cardiovasculares en el s. XX. Más de dos millares de trabajos científicos producidos, sólo en USA, entre 1959 y 1962. Después del estudio de Framingham (un pequeño poblado cerca de Boston, Massachusetts, USA), hasta el año 2009 más de cien mil trabajos sobre enfermedades cardiovasculares han sido publicados en el mundo.

La identificación de los factores etiológicos más importantes por incrementar la probabilidad de aterosclerosis y su principal manifestación que es la cardiopatía isquémica, accidente cerebrovascular o tromboflebitis, también llamados factores de riesgo, alcanzaron consenso mundial: elevados niveles de colesterol, tabaquismo, hipertensión arterial, y alteraciones en el electrocardiograma, sedentarismo y obesidad.

La divulgación masiva de los criterios para prevenir las enfermedades cardiovasculares también ha gozado de consenso mundial: dieta balanceada baja en grasas insaturadas y ricas en fibras y proteínas, actividad física frecuente con adecuada hidratación, control de cifras tensionales, valoración sistemática de condiciones vitales mediante valoración tutorial médica preventiva para mayores de 45 años, al menos una vez cada dos años, control del “stress” y proporcionalidad del descanso.

La aceptación de la tesis de Joseph Goldstein y Michael Brown quienes desde 1970 alertaron y describieron que el colesterol LDL (de baja densidad) se absorbía por las células a través de unos receptores específicos de la membrana, y que estos receptores no se encontraban en algunas enfermedades de tipo genético, delinearon un nuevo enfoque sobre el origen de la enfermedad arterioesclerótica, así como el desenlace de un factor de riesgo cardiovascular y sobre el tratamiento mismo de las hipocolesterolemias. Brown y Goldstein habían acertado en uno de los enigmas más discutidos del siglo XX, sobre una epidemia cien o mil veces más letal que la peste bubónica de la edad media.   

Desde 1974 se han establecido las relaciones fundamentales entre la enfermedad cardiovascular y otras enfermedades o modus vivendi: diabetes y aterosclerosis; papel de las fracciones del colesterol; aterosclerosis y estilos de vida; aterosclerosis y farmacología. A partir del primer trasplante de corazón reconocido, realizado por el médico cardiólogo surafricano Christian Barnard en 1967, se desarrolló una inmensa industria biotecnológica al servicio del diagnóstico y los tratamientos invasivos y no invasivos para ayudar a la bomba cardiaca de no fenecer en el intento inigualable de mantener la vida: trasplantes, cateterismo, células madres, marcapasos, ecocardiógrafos, ecoendocardiógrafos y toda clase de tecnologías y procedimientos para enfrentar esta epidemia moderna. 

Otra suerte de epidemia moderna la conforman las enfermedades neurovegetativas. Producidas por defectos en el procesamiento de las proteínas del tejido nervioso que daña la función neuronal. Estas enfermedades fueron un enigma para la ciencia médica hasta mediados del s. XX. Resultaba contradictorio asimilar el hecho de que una proteína con defectos pudiese actuar como un agente infeccioso y ser, al mismo tiempo, fruto de un trastorno genético. Surgían las explicaciones para enfermedades como el corea de Huntington, la enfermedad de Parkinson, el mal de Alzheimer, la esclerosis lateral amiotrófica o enfermedad de Lou Gehrig y la esclerosis múltiple. Algunas de ellas son de baja incidencia, pero el Parkinson y el Alzheimer, constituyen epidemias modernas, con más de 16 millones de casos, solamente en los Estados Unidos.

El llamado Mal de Parkinson, denominado así en homenaje a James Parkinson, el médico escocés que describió por primera vez la enfermedad en forma sistemática, coherente y esclarecedora. Ya la Biblia y otros textos religiosos hindúes y egipcios relataban contactos con personas que temblaban incontroladamente. Galeno, el prolífico y empecinado multiplicador de las enseñanzas hipocráticas, describía la afección como “la festinación y el temblor de reposo en todo el cuerpo de algunos habitantes de la comarca, atribuidos a la fiebre”. 

Sería John Hunter, el gran clínico inglés, en el s.XIX, quien definiría el temblor en reposo y la bradiscinesia como manifestaciones de una enfermedad de origen neurológico y no infeccioso. Parkinson recopiló toda la vasta información y la organizó para que la llamemos Enfermedad de Parkinson. En la actualidad el Parkinson es tratado por fármacos y la resolución quirúrgica apunta adelantos esperanzadores en el tratamiento de esta enfermedad degenerativa.

Existen otros procesos autoinmunes análogos, y de antiquísimo origen, aunque menos frecuentes como la artritis reumatoide y la psoriasis. En ambos casos no se conoce con certeza cuál es la causa que desencadena estas enfermedades autoinmunes, pero se investiga sobre los procesos inmunológicos para tratar mejor (hasta ahora el uso de esteroides han logrado paliar las crisis, pero no curarlas) a los pacientes.

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