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La historia

La historia es blanda o caprichosa; desmesurada o reprimida; nos pertenece desde los llamados actos históricos que (nos) ocurren, expuestos al interés del exceso o lo nítido imprevisible. Puede ser la historia una especie de desván disperso o incluso contradictorio, pues no explica por medio de axiomas sino por su propia transcurrencia. Ninguno de los actos que el ser humano ha protagonizado es igual a otro. Puede haber parecidos, sin duda, pero no igualarse, sin el riesgo señalado del exceso. 

En cambio, con las teorías de la historia se intenta normatizar el exceso; estandarizar lo imprevisible, a menudo a costa de lo singular y volátil, de lo sensible y decididamente humano. Las teorías históricas suelen ser entonces segmentos de alienación y mineralización respecto a la vívida realidad. Por las costuras de los actos históricos se toman en transcurrencia los acontecimientos, desde su adentro y se atenúa o magnifica lo que irremediablemente se torna inasible. La teoría histórica es, por ello, una apuesta por lo duradero frente a lo meramente anecdótico y el tránsito hasta el utópico imposible de lo eterno, pero que no deja de procurar lo esencial, lo sustancial, no exclusivamente lo verdadero ni lo cierto, en su trayecto de ciencia social.

Y si convenimos, al menos parcialmente, que la historia es acto en transcurrencia y subsecuente teoría en desplazamiento disciplinar tras la duda que no cesa, la historia de la salud y la enfermedad, al menos en Occidente es, en buena medida, la historia de la medicina, entendida ésta como la acción de cuidar e intentar curar de la enfermedad en el transcurso de los días, acción que no sólo incluye al denominado acto galénico, sino también a otros actos y teorías de las llamadas ciencias de la salud, en lo crecientemente interdisciplinario donde se manifieste el propósito de ayudar a sanar.

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