El dolor es remoto

El dolor físico constituye –apostaría que desde siempre- la afectación más negativa de la vida funcional del ser humano. Pese a ser principalmente un mecanismo protector del cuerpo (cosa que sabríamos apenas en el s.XX), que ocurre cuando algún tejido se daña y causa que la persona reaccione y resienta ese estímulo. El dolor es un fenómeno subjetivo que tiene su origen (mucho tiempo después lo admitiríamos) en alguna afección del conocido trípode biopsicosocial.
El individuo ha tenido que sentir esa experiencia sensorial y emocional desagradable que surge del daño tisular real o potencial. Habrá podido constatar, acaso sorprendido y vulnerable, el agobio del dolor y su perturbación y en arresto medicinal primigenio prestarle atención, realizando las acciones que consideró pertinentes para detener aquello, tan rápido y eficazmente como le fuera posible.
Las sociedades primitivas se asumen ágrafas. No obstante, con otras formas de comunicación, nos aportan ideas acerca de la comprensión de la enfermedad con sus rituales religiosos yo mágicos. El arte rupestre, las esculturas y pinturas primitivas son importantes para indagar sobre cómo se concebía la noxa.
La curación instintiva de la enfermedad para el humano de entonces consistía en actuaciones semejantes a las que observaba en los animales: estos lamían sus heridas, comían yerbas, se desparasitaban unos con otros, succionaban la piel tras las picaduras, se frotaban para aliviar el dolor y presionaban sus heridas para detener la hemorragia. Por ensayo y error, tras la copia de algunos otros animales ya domesticados o en proceso de serlo.
La intervención empírica ante el dolor, se asume como fase posterior a la actuación instintiva por su mayor elaboración. Se practicaba como producto de la experiencia: la trepanación del cráneo, es un ejemplo paradigmático, utilizado tanto para aliviar el dolor como liberar espíritus; o el reposo luego de una fractura, indicación no por obvia más asumida; el uso de hierbas como purgativo, entre otras medidas terapéuticas, surgen como recursos utilizados entonces, de indudable mayor complejidad que los recursos curativos primitivos y que han debido de soportarse en la experticia y observación de la eficacia de humanos distinguidos de la tribu. En todo caso ya se colige que existía una explicación natural de una enfermedad cuando era propia, como, por ejemplo, las traumáticas, porque la causa era evidente pudiendo ser observada; mientras que lo sobrenatural correspondía a las afecciones de los órganos internos por cuanto el humano primitivo no tenía conocimientos sobre los mismos.
Lideraba entonces, el germinal acto médico, el chamán (curandero o sanador), un miembro del grupo con poderes especiales, capaz de diagnosticar, tratar y dar el pronóstico de una enfermedad, mediante métodos mágicos o terapias con yerbas o raíces ya conocidas. De las medidas diagnósticas y terapéuticas reconocidas destacan dichas trepanaciones craneales que se practicaron en el período neolítico (7.000 años a.C.) y el motivo era religioso o mágico, para liberar espíritus, curar fracturas o para hacer amuletos con el fragmento óseo extraído.
La paleopatología refiere ya los vestigios de dolor asociado a enfermedad desde aquellos primeros días de la especie: el reconocido hombre de Crogmanon, por ejemplo, ya se le reconoce artrosis vertebral pelviana. El hombre de Neanderthal padece caries dental, por primera vez observada en el hombre de Broken Hill (en Rhodesia, África), y que serían frecuentes en el Pitecantrophus. En regiones de Mali, Sierra Leona y Guinea, la paleopatología revela aún muestras de atención a la enfermedad desde procedimientos físicos y sobrenaturales en sinergia que procuren la erradicación del dolor: trepanaciones, sangrías, cortes de piel y extracciones dentarias, entre otras intervenciones, generalmente a cargo del chamán dotado de la fuerza y conocimiento mágico suficiente como para suprimir el dolor y con ello la enfermedad a que se asociaba.
Por su parte la paleomedicina nos ha permitido admitir que el humano primitivo empleó las sangrías al advertir que las menstruaciones, si bien eras dolorosas, al drenar la sangre se aliviaban las tensiones. Las sangrías se utilizaban hasta bien entrado el s.XX, en muchos casos, con carácter experimental. La llamada mujer de La Ferrassie registra la primera luxación de rodilla y osteomielitis de peroné. La fertilidad y el embarazo fueron reflejados en el arte primitivo. La Venus de Willenforf (30.000 a.C.), por ejemplo, es una estatuilla de piedra de una mujer embarazada. La circuncisión como procedimiento ceremonial constituía un sacrificio para ofrendar parte del órgano reproductivo a los dioses. Aún es practicada en comunidades judías y algunos países africanos, siendo la ablación clitoridiana una práctica relativamente común que aún se practica en algunos pueblos africanos.
En el período neolítico, con las primeras prácticas de la agricultura muy probablemente el hombre primitivo cultivó las plantas medicinales y pudo descifrar la utilidad de las mismas para aliviar su dolenciaje. El hombre de Argelia (el hombre de Afalou-bou-Rhumel) sufría de severa poliartritis con anquilosis de varias articulaciones. Al no poder mover los brazos ni valerse por sí mismo para comer, se estima que sobrevivió gracias a la ayuda de quienes le rodeaban.
En la conturbación que producía el dolor, asociado siempre a la enfermedad, en aquel humano cabría acotar que intentaría todo tipo de esfuerzo por aliviar aquel cuadro no deseado. Apelaría al arsenal de la medicina primitiva existente y el carácter mágico-religioso que podía conocerse. Y es tan cierto que podemos expresarlo cuando todavía a comienzos del s.XXI existen comunidades (en el África Central, por ejemplo) con patrones tribales donde aún practican ciertos rituales primitivos ante la enfermedad que, usualmente, es acompañada del dolor.
En aquellos indicios del dolor remoto, también se da cuenta de un legado para atenuarlo y afrontarlo, acaso el más significativo, como lo es el uso de plantas medicinales. De muchas de aquellas plantas y yerbas ya utilizadas por antepasados prehistóricos, se extraen aún principios para medicamentos, como por ejemplo, el ácido salicílico, la quinina, el opio, la efedrina, la colchichina, la digital, la ergotamina, y muchos otros.
Era, en definitiva, el trasunto humano por vivir en ausencia del dolor. Las manifestaciones de una forma viejísima de practicar la medicina en aquellos pretéritos días por presentar oposición a lo abrumador e inexplicable que se le presentaba y que le era desconocido. Aquel aciago propósito del humano en combatir la enfermedad como sinónimo de dolor y proveerse de salud con lo que tuviese en su mente y en su mano, ergo, con lo que dispusiese. Tal cual hoy, el genuino desafío de lo que contextualizamos como ámbito sanitario.