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Ingreso o admisión

El ingreso es el momento en que se admite al paciente en el hospital. Es un proceso clínico-organizativo y no meramente técnico-administrativo. El paciente ingresa al hospital bajo prescripción médica, generalmente por urgencias, referencias o consulta externa, y en los tres modos clásicos de ingreso se requiere de una responsabilidad clínica cargada de eticidad que va más allá de los aspectos burocráticos administrativos. No pocos equívocos ha traído esta concepción un tanto laxa dentro del hospital contemporáneo: la creencia sostenida, no por ello menos errónea, de que cualquier dispositivo de atención sirve para hacer un ingreso o cualquier personal no sanitario puede hacerlo, y ello es hasta temerario e inadmisible. 

El ingreso suele ser una situación límite para el paciente. Se siente enfermo y/o vulnerable. Y toda la tecnología digital disponible para hacer más rápido un ingreso no puede atenuar dicha situación, cuanto menos ser atendido a su ingreso sin la responsabilidad, experticia y sensibilidad necesarias de profesionales sanitarios. Antes, por el contrario, el ingreso inadecuado puede exacerbar otras situaciones que agravan cualquier condición del paciente.

Trabajar en el área de ingreso de un hospital supone trabajar con personas aquejadas de una enfermedad; supone un contacto con el sufrimiento ajeno, un sufrimiento marcado por la sensación de "pérdida de la salud", un descenso radical de la emocionalidad positiva, que predispone a los estados de vulnerabilidad entre quienes desean ser curados. 

El ingreso al hospital representa la introducción a segmentos de comprensión de un proceso casi siempre nuevo para el paciente, de la probable transformación de su cuerpo, de la confianza en las otras personas (profesionales de la salud) que velarán por su vida, de eventuales ciclos de desarraigo y afectación de su yo, de entornos adaptativos que suelen ser tremendos y que requieren de comportamientos convergentes de los profesionales sanitarios, debidamente capacitados, orientados a la calidad y humanización de la asistencia sanitaria desde el principio, desde el ingreso o admisión.

El ingreso tradicionalmente, suele puede promoverse desde tres ámbitos: derivado desde la emergencia o urgencias; referido de otro centro hospitalario o del propio hospital, de un servicio de consulta externa a otro de consulta interna u hospitalización. En algunos casos el paciente está inconsciente por haber sufrido un accidente que le impide su autonomía de conciencia; en otros, es la derivación de consulta hospitalaria previa o consulta externa ambulatoria foránea, entre los cuales se encuentran los pacientes programados para intervenciones quirúrgicas por criterio médico; y los enfermos que acuden al hospital por propia voluntad o la de familiares, que son atendidos por el médico y posterior a su evaluación, este decide su ingreso. 

La meta de todo ingreso es organizar, regular y monitorear la admisión del paciente al hospital. Es un proceso que se concibe como receptivo, que usualmente requiere documentación aportada por el paciente o sus familiares o representantes legales. Implica aceptación y preparación. La aceptación por parte del paciente o familiar representante legal, de su consentimiento a ser examinado en el diagnóstico y tratamiento a su dolencia, dejando expresa condición de no privarle de su libertad. 

En el ingreso se inicia el expediente clínico del paciente. La llamada historia, que conlleva órdenes médicas y procedimientos de enfermería que pueden diferir de un hospital a otro, pero cuyo norte es ordenar la admisión del paciente como desafío de la misión clínica hospitalaria. Al binomio histórico de atención en el ingreso al hospital conformado por el personal médico y de enfermería, se han venido agregando otros profesionales de la salud que cumplen un valioso aporte al mejoramiento de la capacidad de respuesta de admisión del hospital. Es así que psicólogos, trabajadores sociales, técnicos de apoyo en diversas áreas, configuran un nuevo y prometedor paisaje de trabajo intrahospitalario, que ratifica el auge de la interdisciplinariedad en los servicios de salud y conjuga nuevas posibilidades de atención al paciente en su pasantía recuperativa por el recinto hóspito.  

Un ingreso ideal implica siempre escuchar con atención al paciente (y familia), interviniendo en competencia y juicio clínico y subsecuentemente acompañar en el sufrimiento (sea de carácter somático o emocional) en el intento de paliarlo. 
Se habla de cierta costumbre y del endurecimiento de las emociones de los que trabajan en el hospital ante situaciones de vulnerabilidad del paciente: “nada sorprende en un hospital”, vox populi. El hospital es un recinto donde a diario se presencia un festival de emociones. Incluso se especula en torno a la creación de anticuerpos para que no afecte el dolor del prójimo ya que de otra manera sería imposible trabajar. De hecho, la mayoría de los textos sobre la praxis clínica recomiendan no llevarse los problemas de los pacientes al hogar. Cuando se trabaja tan seguido, en convivencia constante con personas en sufrimiento por la enfermedad, se corre el riesgo de provocar situaciones que remueven no sólo las emociones, sino que sacan a flote prejuicios sociales que se creían insospechados. 

En este sentido las dificultades de comunicación entre las personas pueden ser cuanto menos inquietantes. Si compartir información es complicado en sí, los procesos de comunicación en el hospital se pueden dificultar aún más ante pacientes que por su situación de enfermedad se ven privados de la posibilidad de entender, hablar o escuchar, o también por la confluencia de personas, con culturas y perspectivas diferentes.

En el ámbito hospitalario, son numerosos los momentos en que compartir información resulta imprescindible, y es frecuente encontrar barreras idiomáticas, tanto para el paciente como para el profesional, aun compartiendo el mismo idioma, pues la jerga médica puede producir incomprensión e incomunicación en el paciente, de la misma forma que la perspectiva y cultura del paciente, o su reacción ante determinadas (malas) noticias, pueden también producirlas en los profesionales sanitarios.

Desde la admisión o ingreso se comienza a fraguar la misión hospitalaria de cuidar y curar, de allí su nítida importancia en tanto se requiere especial sensibilidad para interactuar con el prójimo aquejado. Deben prevalecer aspectos que se consideran fundamentales en la dinámica clínica para cuidar y curar, asumido el trance de vulnerabilidad del paciente, como lo motivacional, lo volitivo y la atribución empática, como premisas de actuación de los profesionales sanitarios asignados a cumplir a cabalidad los procesos que implican al ingreso hospitalario.

La demanda, a menudo imperiosa, por parte de pacientes y familiares, de alivio, curación y esperanza, pone a prueba las fortalezas de los profesionales sanitarios que inevitablemente tienen que contactar con sus propias limitaciones, ya que la realidad impone que esa expectativa no siempre pueda ser conseguida. Durante el ingreso hospitalario, las características de la afección física dolorida, el alejamiento o reducción de los apoyos sociales y ambientales habituales, así como la pérdida de intimidad, de individualidad y de control sobre emociones y actividades cotidianas, son para los pacientes algunos de los primeros elementos que ratifican su vulnerabilidad biopsicosocial.

Lo que puede ser usual o cotidiano para los profesionales sanitarios al momento del ingreso puede ser para el paciente algo estresante. Desprenderse de su ropa y objetos, someterse a pruebas invasivas, compartir habitaciones, soportar interrupciones del sueño para la realización de distintas actuaciones sobre él mismo o sobre otro enfermo o ruidos constantes en determinadas unidades de vigilancia, supone un malestar añadido a la propia enfermedad que afronta. 

Otra serie de circunstancias generadoras de estrés o ansiedad, es la ansiedad recurrente en torno al pronóstico y evolución de la enfermedad (aun cuando ni siquiera exista un diagnóstico), sobre todo si consideramos que las propias intervenciones desde el ingreso, con frecuencia, forman parte también de ese pronóstico. Si esto no es explicado adecuadamente al paciente (o familiares) es fuente usual de equívocos y deficientes relaciones clínicas, de allí se desprende la necesaria participación de personal calificado en el acto del ingreso y no un mero acto técnico-administrativo. 

Las responsabilidades en el ingreso deben corresponder siempre al equipo de profesionales sanitarios a cargo de los ingresos al hospital. Este equipo es garante de las precauciones para proveer un ingreso oportuno y eficaz, que atienda con responsabilidad, experticia y sensibilidad ese trayecto de lo vulnerable humano en el inicio de la pernocta hospitalaria.

Existen numerosos estudios que revelan la opinión de pacientes, que aceptan y/o perciben que el hospital, desde un ingreso satisfactorio, les ofrece mejores posibilidades protectoras, viviéndolo como un lugar de cuidados y de posibilidades de curarse. Ese mismo deseo de mejora o curación que subyace, en consecuencia, potencia la percepción del paciente en sentirse mejor cuidado y tratado y permite tolerar en mejor disposición el sufrimiento indudable que genera el padecimiento. 

La responsabilidad por el trato recibido desde el ingreso es de absoluto dominio de los profesionales sanitarios debidamente entrenados para ello. No existen excusas para que un ingreso hospitalario sea manejado de manera irresponsable. La responsabilidad en el ingreso hospitalario representa un elemento fundamental de bienestar y seguridad que inciden en el estado de salud general del paciente y está harto demostrado que un proceso de ingreso satisfactorio incide favorablemente en la propia evolución de la enfermedad o mejoría de los síntomas.

En el hospital contemporáneo destaca, con cada vez más frecuencia, una particularidad del clásico ingreso y que ya se observa con frecuencia: es la cibercondria, neologismo que alude la sobreinformación sanitaria existente en internet y que propician la automedicación e incluso el criterio de requerir una internación en el hospital. Es el criterio del paciente en detrimento del criterio médico, cuyas consecuencias en la concepción hospitalaria están en desarrollo y requieren valorarse.

Se colige que el ingreso no es un simple acto de admitir o no a un paciente, es un complejo proceso donde confluyen aspectos de diversa índole (desde biológicos hasta psíquicos y sociales) y donde destaca de manera categórica la condición humana en situación de vulnerabilidad.

La experticia insustituible constituye una arista indelegable a la responsabilidad. En el paciente, pocas cosas pueden generar mayor desasosiego y desconfianza que la impericia o la torpeza del profesional sanitario en el manejo de las claves de un ingreso hospitalario. Razón que convence de que no todo personal sanitario puede ser idóneo para atender el ingreso de un paciente. Todo ingreso en consecuencia debe ser atendido por expertos formados para tal finalidad. Se acepta hoy que la interdisciplinariedad debe prevalecer en la cobertura del ingreso hospitalario como segmento clave del proceso clínico que se inicia. La participación de médicos, enfermeras, psicólogos, trabajadores sociales, suelen ser, sin ánimo contradictorio, útiles en alcanzar un ingreso satisfactorio para pacientes, familiares y profesionales sanitarios.

Saber que un manejo correcto de experto sanitario, universalmente aceptado y soportado en la evidencia clínica comprobable, nos otorga un óptimo ingreso hospitalario, amén de contribuir en alcanzar confianza en el paciente y ratificar que dicha experticia es un componente esencial e insustituible que es menester asumir siempre.

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