¿El método?
Algunos segmentos se cruzan en las metódicas que se utilizan en la bioética clínica. No se excluyen en tanto son recorridos que a menudo se ejercitan frente al dilema. La deliberación, por ejemplo, es, necesariamente, un intercambio racional de argumentos que se realiza con la firme intención de enriquecer y profundizar la propia comprensión de la realidad. Se procura deliberar (que no debatir) para mejorar en lo posible el conocimiento que tenemos de las cosas e implica que cada uno de los deliberantes logrará su propósito en la medida en que consiga modificar algunas de las ideas que tenía al empezar la deliberación, como consecuencia del conocimiento y análisis de otras ideas (acaso mejores o no) que el resto de los deliberantes le habrán ofrecido durante el proceso. Así como el debate pretende lograr nuevos partidarios para una causa, la deliberación intenta lograr nuevos conocimientos propios gracias a las perspectivas ajenas.
La deliberación es método apropiado para la bioética clínica. Incluye estudio pormenorizado y de fuentes diversas. Es un permanente ejercicio de reflexión, de tenor psicológico, cuya dureza suele implicar el cuestionamiento de las propias convicciones y la apertura mental a perspectivas ajenas sobre un tópico cualquiera. Reconocer en la deliberación la errancia (el error propio) o el exceso, o la superioridad de las ideas del otro deliberante, puede convertirse en un acto hasta doloroso, en tanto la profundidad de la identificación narcisista de la que pocos, muy pocos, se alejan.
Suele suceder que mentes proclives al reduccionismo de las situaciones (la simplicidad) se ofenden cuando alguien argumenta racionalmente en contra de sus creencias convertidas unilateralmente en certezas. Pero el consenso que puede surgir de la deliberación sosegada puede superar todos estos obstáculos y terminar siendo un alejamiento de remordimientos y hasta posturas erróneas, pues el problema bioético que se afronta supera toda divagación yoica y pone en tapete requerimientos insoslayables (vida o muerte, nacer o morir, son aspectos que se frecuentizan en el interés de la bioética para lo clínico) que hacen inadmisible la evasión ética. Hacer conciencia es también hacer ciencia expresa. De ello depende, en buena parte, la utilidad de la bioética clínica. Especialmente a oficiantes de la clínica y a recibidores de ella, seres humanos emergidos de todo vientre.
Los resultados del periplo vital del llamado sujeto, que en tantas páginas por el mundo se atestigua como humano, como ser humano, confirma con menor o mayor saldo que ninguna sociedad pervive sin una ética. Digamos que puede anotarse como un rasgo humano distintivo, mezcla de necesidad por coexistir entre semejantes y certeza de que hay suficiente espacio más allá de la ley y el castigo. Admitidos como seres sociales en el interín de alejarnos de lo salvaje, necesitamos elaborar ciertos consensos, cohibir acciones y crear o participar en proyectos colectivos que dan sentido y rumbo a la historia, y, en ella, el precioso (por breve) periplo de la vida misma.
Por otra parte, la historia de la humanidad veintiunera, ya no parece seguir siendo aquel pesado carro que tardaba siglos en buscar identidades. Lo instantáneo y líquido (se diluyen las cosas entre las manos, la memoria sin poder reponer sobresaltos, la mesura suele ser distante) hace su presente y multiplica por tanto los equívocos. Casi no interesa nada, pues lo mayoritario es fugaz y la memoria ya no es tan afín a lo trascendente. Vivimos tiempos de sed y para ello el agua o la sequía que irrumpa desde el mercado. Poco más. Pero en ese minúsculo espacio de la vida que drena en historia reside buena parte del trasunto humano de coexistir, y hacer viable dicha sed, más allá del agua, en el vislumbrado oasis que suponemos aun nos pertenece.